Me engañó
La sangre me brotó en cada una de las barbaridades que le decía. No podía creer que me mintiera de aquel modo y durante tanto tiempo. Era imposible, imposible que algo así ocurriera. Cuando descubrí su engaño ya la había perdido, solo que yo no lo supe hasta varios meses después. Por eso permanecimos juntos hasta principios de verano.
Durante aquellos meses no fui capaz de descubrir qué misterio me seguía atando a ella ni cual era la naturaleza de su sentimiento para quedarse a mi lado, pero sí sabía qué perseguíamos cada uno: yo huía de la soledad y ella buscaba relajar su conciencia. Conciencia que yo agredía con mis silencios y mis ademanes. Soledad que ella hinchaba con su verdad y su mentira. No había nada que perder porque ya no era mía ni yo suyo, aunque no me lo reconociera.
Algo de lo que sucediera al principio de nuestro final sucedió de nuevo, de la misma forma, y con la misma tercera persona. Pero nosotros ya no éramos nosotros y no dolió con la misma intensidad. Lo descubrí, como todas las anteriores veces, a través de su teléfono móvil y una simple entrada en su e-mail. Sí, hablé con la tercera persona para concluir mis sospechas y ser capaz de superar el miedo a perderla. Pero ya la había perdido hacía mucho, aunque aún no lo sabía. Por eso no sentí el mismo miedo cuando discutimos en mi casa e hicimos el amor por última vez. Y por eso aquello no fue otra cosa que puro sexo.
Antes que todo acabara y se marchara para siempre yo cambié, y me fue inevitable. Lo temí, lo temí desde muy joven, desde que mis padres jodieran la vida de mis hermanos y la mía por su egoísmo y estupidez. Lo temí porque siempre he sabido que las pasiones no tienen porqué conducir a la destrucción y que la piedad es un sentimiento que entristece pero limpia por dentro. Y me fue inevitable. Convencido como he estado de ser un hombre fiel, de cuidar de mi pareja, de cuidar de nosotros, cambié.
Ahora soy capaz de amar más, pero también amar peor. Y todo porque creo conocer a todas las mujeres. No puedo decir que sea una decisión porque no lo ha sido, es una tendencia ascendente que arrastra con todos tus recuerdos, los buenos y los malos, y te conduce hacia cualquier lugar. En mi caso ese lugar es completamente gris y en él las mujeres son seres que engañan para conseguir sus propios beneficios. En ese lugar donde he acabado por caer lo femenino es un lobo con piel de cordero y los hombres unos cazadores cazados.
Tanto que luché por no engañar pensaba que no me engañaría. Y sin embargo ahora... ahora siento que no tengo fuerzas para valerme por mí mismo y necesito mi propia excusa.
No lo concibo, no me entra en la cabeza que aquella tercera persona, su mejor amiga, me dijera que ella deseaba hacer cosas sin mí, sin mi supervisión, sin mi dependencia, y yo, aún teniéndola a mi lado, y habiéndola perdido, no le perdonaré jamás que en su vida haya otras cosas que no sea yo.
Nunca.
Durante aquellos meses no fui capaz de descubrir qué misterio me seguía atando a ella ni cual era la naturaleza de su sentimiento para quedarse a mi lado, pero sí sabía qué perseguíamos cada uno: yo huía de la soledad y ella buscaba relajar su conciencia. Conciencia que yo agredía con mis silencios y mis ademanes. Soledad que ella hinchaba con su verdad y su mentira. No había nada que perder porque ya no era mía ni yo suyo, aunque no me lo reconociera.
Algo de lo que sucediera al principio de nuestro final sucedió de nuevo, de la misma forma, y con la misma tercera persona. Pero nosotros ya no éramos nosotros y no dolió con la misma intensidad. Lo descubrí, como todas las anteriores veces, a través de su teléfono móvil y una simple entrada en su e-mail. Sí, hablé con la tercera persona para concluir mis sospechas y ser capaz de superar el miedo a perderla. Pero ya la había perdido hacía mucho, aunque aún no lo sabía. Por eso no sentí el mismo miedo cuando discutimos en mi casa e hicimos el amor por última vez. Y por eso aquello no fue otra cosa que puro sexo.
Antes que todo acabara y se marchara para siempre yo cambié, y me fue inevitable. Lo temí, lo temí desde muy joven, desde que mis padres jodieran la vida de mis hermanos y la mía por su egoísmo y estupidez. Lo temí porque siempre he sabido que las pasiones no tienen porqué conducir a la destrucción y que la piedad es un sentimiento que entristece pero limpia por dentro. Y me fue inevitable. Convencido como he estado de ser un hombre fiel, de cuidar de mi pareja, de cuidar de nosotros, cambié.
Ahora soy capaz de amar más, pero también amar peor. Y todo porque creo conocer a todas las mujeres. No puedo decir que sea una decisión porque no lo ha sido, es una tendencia ascendente que arrastra con todos tus recuerdos, los buenos y los malos, y te conduce hacia cualquier lugar. En mi caso ese lugar es completamente gris y en él las mujeres son seres que engañan para conseguir sus propios beneficios. En ese lugar donde he acabado por caer lo femenino es un lobo con piel de cordero y los hombres unos cazadores cazados.
Tanto que luché por no engañar pensaba que no me engañaría. Y sin embargo ahora... ahora siento que no tengo fuerzas para valerme por mí mismo y necesito mi propia excusa.
No lo concibo, no me entra en la cabeza que aquella tercera persona, su mejor amiga, me dijera que ella deseaba hacer cosas sin mí, sin mi supervisión, sin mi dependencia, y yo, aún teniéndola a mi lado, y habiéndola perdido, no le perdonaré jamás que en su vida haya otras cosas que no sea yo.
Nunca.
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Adolfo Gross