Como una geoda
abierta en su centro
de magma potencial.
Lava fundida,
femenina,
que se oculta
hasta desaparecer
tras una mordaza.
Cortan sus élitros esbeltos,
el vértice convexo,
el último resquicio
que las conecta al placer.
Se extirpa.
Se derrama.
Tras la sangre vertida,
cae el silencio a borbotones
en los cuerpos cosidos,
en sus bocas clavadas
que enmudecen ahora
que enmudecen ahora
desconociendo el grito,
la pulsión,
la voz...
Son seres a tientas.
Mujeres mutiladas.
Cálices rotos,
heridos por la aurora
que se extingue
entre los rayos
de un rojo cadmio.
Carmen Cabeza Martínez