"Durante 27 años, Pilar estuvo casada con un maltratador. Cuando le daba una paliza, a ella le obsesionaba taparse la cara para que en el trabajo o por la calle no le notasen los golpes y moratones. Otra preocupación al recibir las agresiones físicas era que no debía gritar por vergüenza a lo que pensasen los vecinos. Sólo chillaba cuando le retorcía el brazo hasta casi rompérselo. Por lo demás, aguantaba sin chistar las palizas. Durante todos esos años, Pilar nunca contó lo que estaba sufriendo. Se sentía avergonzada.
Su historia viene detallada en el libro "SOS Mujeres maltratadas" (Ed. Pirámide). Su autora es Mª José Rodríguez de Armenta, la psicóloga que atendió a Pilar tras la denuncia. Es una historia de brutalidad, pero también de silencio, al igual que la de tantas mujeres que callan durante años los maltratos constantes que sufren a manos de sus parejas. Si nos vamos a las cifras más terribles, vemos que, de las 59 víctimas mortales que llevamos contabilizadas en 2010, sólo 14 habían dencunciado malos tratos.
Para entender este silencio -que, con demasiada frecuencia se juzga desde fuera como un sinsentido o una cobardía- hemos de entender que el maltrato rara vez empieza con una paliza brutal. El ciclo de la violencia suele comenzar con una presión psicológica, con una progresiva toma de poder por parte del agresor. Éste va adueñándose de todos los espacios de la mujer, desde sus amistades a su familia, desde su indumentaria hasta sus pensamientos. También suele suceder que, durante años, la víctima mantiene la esperanza de que esa situación de violencia cambiará, ya sea porque mejoren las cincunstancias externas ("él dejará de beber", "si encuentra un trabajo ya no estará tan enfadado") o porque confía en que, esta vez, él sí cumplirá su promesa de no volver a pegarle.
Pero vayamos al principio. Toda mujer maltratada durante años tiene detrás una primera vez. La primera vez que le pegaron, la primera vez que calló. Podríamos justificar aquel silencio pensando que, hasta hace muy poco, todavía no se había conseguido visibilizar la realidad del maltrato y era muy difícil que se creyera a la mujer que lo denunciaba, pero nos equivocaríamos. Hoy, pese a toda la información que tenemos sobre esta lacra, las chicas jóvenes vícimas de malos tratos continúna callando.
Fernando Gálligo, psicólogo y autor de "SOS: Mi chico me pega pero yo le quiero" (Ed. Pirámide), lo explica así: "Se ha avanzado mucho en libertad sexual, en la participación de las chicas en la vida social, laboral, académica... pero sigue faltando independencia emocional. En educación sentimental queda mucho trabajo por hacer. Muchas chicas no reconocen el maltrato hasta que es físico; no identifican la agresión verbal o psicológica. Y, como ven que les sucede lo mismo a sus amigas, no se les enciende la señal de alarma".
La sociedad acusa, piensa que las mujeres no denuncian por miedo (42%) y por vergüenza (31%), y que perdonan por dependencia emocional (24%). Esta percepción se completa con la responsabilización de las propias víctimas, y un 62% (¡!) de la población considera que la culpa es de ellas, por no denunciar. La realidad es que estas mujeres tienen problemas para identificar la violencia y para actuar en consecuencia, se sienten culpables y tienen miedo a lo que sucederá.
Sagrario, víctima durante años, explicaba a Rodríguez de Armenta qué está fallando: "La gente mete la pata con comentarios como "yo no me dejaría maltratar", "a mí me da la primera bofetada, pero no la segunda", y cosas así. Dan por sentado que nos encanta que nos maltraten, que somos masoquistas. Resulta que nadie caería en las garras de un maltratador y te hacen sentir estúpida. Creo que a la sociedad no le importamos, a no ser que les toque en su casa... Entonces ponen el grito en el cielo y buscan una asociación a la que acudir".
La insolidaridad y la falta de empatía laten en el fondo de esta incomprensión. Hay que entender que la violencia en que las mujeres maltratadas viven inmersas hace que no crean tener nada que denunciar. Además, carecen de autoestima. El silencio las secuestra. Sin embargo, las personas cercanas a ellas sí escuchan y ven. No hacer nada en esa circunstancia es actuar mal. Los que están cerca deben ayudar; ellas lo esperan. Los mismos estudios que nos indican cómo viven, afirman que su primera opción para pedir ayuda suele ser un familiar.
No podemos fallarles, ni como sociedad, ni como personas en quienes confían".
(Extracto de La conjura del silencio, por María Borja. Fuente: http://www.mujerhoy.com/ nº 606)
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